Archivo | May, 2016

El origen del patriarcado – 4 hipótesis

20 May

La gran mayoría de las sociedades humanas son patriarcales, y eso ha sido la norma durante los últimos milenios de historia, al menos en todas las civilizaciones complejas. Hasta en pueblos matrilineales y matrilocales donde la propiedad y la herencia se trasmite de madre a hija, como los tuaregs del Sáhara y los cherokees y navajos de América, los de la cúpula del poder político, militar y económico siguen siendo hombres.

¿Por qué tantos pueblos de distintas culturas, creencias y estilos de vida han adoptado este mismo comportamiento social? Hay varias hipótesis. En este artículo voy a presentar los 4 explicaciones más comunes, y mis argumentos para rebatirlos.

Los Tuareg son un pueblo matrilineal

Los Tuareg son un pueblo matrilineal

Hipótesis 1: los hombres sometieron a mujeres por la fuerza física

Una explicación muy popular es que los hombres lograron dominar a las mujeres por la fuerza física, obligándolas a asumir papeles sumisos bajo la amenaza de violencia. Esta hipótesis viene con la suposición de que desde que el hombre es hombre, la sociedad siempre ha sido patriarcal.

Examinando este argumento al fondo, encuentro varios agujeros. Para empezar, aunque es cierto que la mayoría de los hombres son más fuertes que la mayoría de las mujeres, la relación no es absoluta. Algunas mujeres son más fuertes que algunos hombres. Si la sociedad humana en el estado más primitivo estuviera dirigida por la ley del más bruto, los que dominan cualquier sociedad deberían ser los hombres y mujeres más forzudos. Sin embargo, desde la antigüedad, la mayoría de las personas que lideran tribus, ciudades y países no suelen ser los hombres físicamente más fuertes, sino los que poseen las mejores habilidades sociales a la hora de forjar alianzas, conexiones y redes de influencia.

¿Son las mujeres menos dotadas en esas habilidades sociales? No hay ningún indicio.

Hasta en el crimen organizado, los forzudos no suelen llegar a la cúspide de poder.

Hasta en el crimen organizado, los forzudos no suelen llegar a la cúspide de poder.

Hipótesis 2: los hombres controlaban los alimentos

Esta también es una hipótesis muy popular, argumentando que durante el paleolítico, los hombres eran los que cazaban y traían la comida a la tribu mientras las mujeres cuidaban a los niños. Y como ganadores del pan, se hicieron con el poder de mando.

Sin embargo, la idea de que «los hombres cazaban y las mujeres cuidaban los niños» no tiene ningún fundamento científico. Para empezar, dependiendo de donde vivían, los paleolíticos adquirían sus alimentos no solo de la caza de animales grandes como mamuts y bisontes, sino también de recoger plantas, frutas, cereales y de atrapar animales pequeños, actividades que participaban tanto hombres como mujeres. Examinando la vida de los pueblos cazadores-recolectores contemporáneos, como los bosquimanos de Sudáfrica, los aetas de filipinas y los hazdas de Tanzania, las mujeres participan en la caza mayor y adquieren al menos la mitad de los alimentos de la tribu. El cuidado de los niños suele ser una responsabilidad comunal, compartida entre madres, padres, tíos, abuelos y hermanos mayores.

Bosquimanos, entre los últimos paleolíticos.

Bosquimanos, entre los últimos paleolíticos.

Hipótesis 3: un legado de la tradición guerrera

Esta hipótesis surge a raíz de la observación de en que la gran mayoría de pueblos cazadores-recolectores, la relación entre los sexos suele ser bastante igualitaria, así que el patriarcado debía haberse convertido en norma después del invento de la agricultura, notablemente durante la edad de bronce y de hierro, cuando los conflictos violentos entre distintos pueblos por disputas de tierra, ganado y esclavos se volvieron cada vez más frecuentes.

En muchos pueblos surgió una élite guerrera, hombres que dominaban el arte de la espada, lanza y jabalina, que protegían a las tierras de los campesinos y el ganado de los pastores. Tanto entre los celtas de Europa central, los vikingos de Escandinavia como en las antiguas sociedades feudales en la India y Japón, los guerreros ocupaban un estatus social más alto que los campesinos y eran los únicos que podían participar en las decisiones políticas. Como los hombres tienen más testosterona que les hacen más agresivos en la lucha cuerpo-a-cuerpo, la mayoría de los guerreros eran varones. Y cuando la casta guerrera llegó a dominar la mayoría de las sociedades, el patriarcado también echó sus raíces.

La casta guerrera dominaba muchos pueblos durante la edad de hierro

La casta guerrera dominaba muchos pueblos durante la edad de hierro

Este argumento puede tener su lógica, pero si la tradición guerrera estuviera directamente ligado al patriarcado, los pueblos más guerreros también deberían ser los más machistas, pero la situación no es así. En algunos pueblos de tradición muy bélica, como los escitas y sármatas de Asia Central y los sasánidas de Persia, las mujeres también acudían al campo de batalla y de ahí surgió la leyenda de las amazonas. En la política, las mujeres también jugaban un papel crucial en la toma de decisiones, mucho más que en algunas culturas más pacíficas, como los egipcios y babilonios.

En el imperio chino, desde hace más de 2000 años ya se implantó una clara separación de las funciones militares y administrativas, poniendo los militares bajo las órdenes de los mandarines. Desde entonces, la mayoría de los soldados, hasta los guerreros de élite, solían ser reclutados entre los ciudadanos más humildes y no disfrutaban de un estatus social destacado. La casta dominante constaba de funcionarios que habían aprobado oposiciones, cuya mayoría era gente de letras que nunca habían cogido una lanza en su vida. Sin embargo, durante 2000 años, la inmensa mayoría de los funcionarios eran varones.

¿Son las mujeres menos capacitadas para estudiar historia, geografía, derecho, ciencias y filosofía?

Guerrera sármata, un pueblo iraní de tradición bélica

Guerrera sármata, un pueblo iraní de tradición bélica

Hipótesis 4: la presión de la natalidad vs la división de trabajo

Esta última hipótesis surge a raíz de la observación de que durante la mayor parte de la historia, la mortalidad infantil era altísima, y como muchos niños murieron antes de llegar a la edad de reproducción, las mujeres tenían que tener un elevado número de niños para mantener la población estable. Como ellas son las que físicamente dan a luz y amamantan a los críos, al pasar tantos años entre embarazos, partos y lactancias, tendrían menos tiempo para realizar trabajos que requerían la dedicación de mucho tiempo y esfuerzo, como dirigir un gran negocio, mandar un ejército o gestionar los impuestos y distribuir los recursos. Poco a poco, todos aquellos puestos acabaron asumidos por varones.

Mortalidad infantil del siglo XIX

Mortalidad infantil del siglo XIX

Es decir, el sexismo surgió al raíz de la división de trabajo, a medida que la organización social se volvió más complejo. Esta hipótesis coincide con la tendencia de que los pueblos cazadores-recolectores suelen ser más sexualmente igualitarios (menos división de trabajo) mientras la mayoría de las sociedades agrícolas y ganaderas son bastante más machistas. Por supuesto, la transición ocurrió de forma gradual, a través de siglos y milenios, porque en las primeras civilizaciones neolíticas, como Catalhoyuk en Turquía y Cucuteni en Rumanía, la distinción de estatus por género brillaba por su ausencia.

Sin embargo, la hipótesis no explica por qué en algunos pueblos de tradición más patriarcal, el trabajo que realizan las mujeres son irónicamente los físicamente más duros, como caminar varios kilómetros cada mañana para coger el agua, y no descansan aún estando embarazadas. Si pudieran compaginar la maternidad con trabajos tan duros, ¿por qué no la pueden compaginar con un trabajo físicamente mucho menos exigente, como administrar, mandar y dirigir?

Estatua de una diosa neolítica de Cucuteni (hace 6000 años)

Estatua de una diosa neolítica de Cucuteni (hace 6000 años)

¿El fin del patriarcado?

Desde hace un siglo y medio, debido a la medicina moderna que redujo la mortalidad infantil, las mujeres ya no tienen que tener más de 5 hijos para evitar un colapso demográfico. Este fenómeno, combinado con el invento de contraceptivos, liberó aún más a las mujeres del papel de «madre por obligación». Disponiendo de más tiempo y energía, ellas se han dedicado a estudiar, trabajar y a luchar por sus derechos, hasta llegar a integrarse en casi todos los ámbitos que hace apenas un siglo era de dominio masculino. A día de hoy, la mayoría de las sociedades del mundo siguen siendo dominadas por hombres, pero los avances realizados durante el último siglo han sido impresionantes.

Lo que se ha demostrado es que las mujeres son igual de capacitadas para realizar todas las profesiones, cargos y responsabilidades que durante siglos eran reservados solamente por hombres.

Si esta tendencia continuase, ¿dentro de un par de generaciones el patriarcado ya se habrá convertido en historia?

Todavía es pronto para llegar a esta conclusión, pero por mi gusto personal, me gustaría ver que algún día en un futuro no tan lejano, la equidad de género se convirtiera en la norma de la gran mayoría de las sociedades humanas, pero eso no sería sólo el trabajo de las mujeres, sino de ambos sexos en conjunto.

Equipo de exploración arqueológica

Equipo de exploración arqueológica

La «domesticación del hombre» y otras historias

11 May

Voy a empezar este artículo con un cuento que sucedió en un pueblo en Oriente Medio hace unos 12.000 años.

Imagínate la historia de una tribu nómada que llevaba generaciones viviendo en el interior de Anatolia, la parte asiática de Turquía, subsistiendo de la recolección de fruta, frutos secos, cereales salvajes y de la caza de aves, animales pequeños y ocasionalmente algún bisonte. Cuando una región no les daba suficiente para alimentarse, se movía a otra. Vivían en tiendas de pieles o cabañas de madera según el material disponible y se vestían con abrigos y botas de pieles o fieltro. En general, sus miembros llevaban una vida relativamente acomodada. Cada día, con 5 horas de trabajo ya era suficiente para llenar sus estómagos con una dieta variada en hidratos de carbono, proteínas y fibra, y pasaban el resto del día disfrutando de la compañía de los amigos y familiares con bailes, juegos y cuentos. Aunque muchos niños murieron en la infancia de enfermedades, algunos jóvenes perecieron en accidentes de caza y algunas mujeres por complicaciones de parto, más de la mitad de los quinceañeros llegaban a cumplir los 60 años, de los cuales una buena proporción llegaban a los 80 con buenas condiciones de salud.

La de cazadora-recolectora

La vida de cazadora-recolectora (Por Libor Balak)

Un día, a alguien se le ocurrió una idea, como el trigo salvaje crecía en tanta abundancia, ¿por qué no recogían las semillas para que ellos mismos se dedicasen a cultivarlos? A todos les parecía una excelente idea porque así podrían controlar la producción de su propio alimento, sin estar a la merced a los caprichos de la madre naturaleza.

Entonces, se dedicaron a cultivar, compaginándolo con las tareas de caza y recolección. Durante los primeros años todo iba bien. A pesar de que cultivar el campo era un trabajo que requería tiempo y esfuerzo, la mayoría de los miembros de la tribu lo consideraron una inversión que valía la pena, porque los cereales que sobraban podían guardarse para el año siguiente, sirviendo como un colchón de seguridad. Con el paso del tiempo, la subsistencia dependía cada vez más en el trigo y menos en la caza. Poco a poco, abandonaron la vida nómada sustituyendo las tiendas de pieles por chozos de ladrillo. Gracias a la vida sedentaria y la abundancia de comida, las mujeres tuvieron más hijos, causando un crecimiento demográfico sin precedentes.

Los cazadores se dedican a cultivar el campo.

Los cazadores se dedican a cultivar el campo. (Por Libor Balak)

Pero debido a ese aumento de población, las tierras que cultivaban ya no resultaban suficiente para la subsistencia, así que tuvieron que talar más hectáreas de bosque para crear más campos de trigo. Cada generación repetía este mismo proceso y pocos siglos después, la población de la tribu creció de unos 300 a más de 3.000. Lo que antes eran unas docenas de tiendas y cabañas en el medio del bosque se convirtieron en una densa aglomeración de viviendas de ladrillo en el medio de cientos de hectáreas de campo de trigo.

¿Qué pasó con la calidad de vida? En comparación con la de sus antepasados cazadores-recolectores, cada individuo tenía mucho más propiedad personal en forma de tierras, vivienda y muebles, pero durante la mayor parte del año, trabajaba de sol a sol sembrando y recogiendo, expulsando bichos y aves de sus tierras, cavando diques de irrigación y levantando vallas que marcaba el límite de su tierra de la del vecino. Se alimentaba solamente de pan, cerveza y otros productos de trigo y muchos sufrían parásitos y enfermedades a causa de la carencia de proteínas y vitaminas. Durante épocas de sequía o inundación, preferían aguantar el hambre, sed y epidemias porque no querían arriesgarse a abandonar sus tierras, un legado de tantas generaciones de duro trabajo. Cuando otras tribus les atacaban, se veían obligados a defender su tierra con uñas y dientes, por eso habían levantado una muro alrededor del pueblo. La tasa de muerte por hambre, enfermedades y conflictos violentos se disparó y menos de un tercio de adolescentes llegaba a los 60, normalmente después de haber perdido la mitad de sus dientes y sufriendo una serie de dolencias crónicas.

Pocas cabañas se transformaron en centenares de viviendas

Docenas de cabañas se transformaron en centenares de viviendas

Este cuento es un ejemplo de la teoría presentada en el libro Sapiens del historiador israelí Yuval Noah Harari, que califica la revolución agrícola, uno de los mayores acontecimientos de a historia humana, como un proceso de domesticación del hombre por el trigo, en vez de la domesticación del trigo por el hombre.

Es decir, al cambiar la vida de caza y recolección por una vida agrícola, el hombre acabó trabajando más horas por una dieta más precaria, un peor estado de salud y una vida menos longeva. Lo único que ganó era multiplicarse en población y adquirir mayor cantidad de posesiones materiales. Sin embargo, los protagonistas de esta transformación no se dieron cuenta. Cada generación pensaba que estaba trabajando para mejorar la vida de sus descendientes, sacrificándose para adquirir más tierras, pero no se daban cuenta de que poco a poco, se estaban convirtiendo en esclavos de los cereales que ellos mismos cosechaban.

La vida del pueblo agrícola.

La vida del pueblo agrícola.

No sé si la hipótesis de Harari sea cierto, pero durante la historia reciente, puedo identificar varios ejemplos parecidos, uno de ellos es el modelo de urbanismo en muchas ciudades norteamericanas.

Los Ángeles, a principio de siglo XX era una ciudad de unos 200.000 habitantes. La mayoría de las actividades comerciales e industriales se desarrollaban en el centro y los residentes vivían en los barrios residenciales alrededor, todos conectados con el centro por tranvías o autobuses. La gran mayoría de los trabajadores se desplazaban a trabajo en transporte público en un viaje que no solía durar más de media hora.

Después de la Segunda Guerra Mundial, muchos residentes mejoraron su poder adquisitivo. Compraron coches y quisieron cambiar sus casas modestas por algo más grande. Las constructoras levantaron urbanizaciones en las afueras de los antiguos barrios residenciales, con casas más espaciosas con piscina privada y propio garaje donde guardar el coche. Los primeros residentes que se desplazaron a esas urbanizaciones sí que disfrutaron de una calidad de vida mejor. Pero la tendencia no se acabó ahí.

Los Ángeles, 1981

Los Ángeles, 1891

Como cada generación deseaba vivir en una casa más grande que la de sus padres, fuera del primer anillo de urbanizaciones se levantaron nuevas urbanizaciones, cada una con casas más grandes que la anterior. Debido a que todo el mundo tenía coche, el ayuntamiento ni siquiera se molestaba en establecer líneas de tranvías o autobuses a los nuevos barrios. Poco a poco, cerró todas las líneas de tranvía y redujo los servicios de autobús a un mínimo.

En los años 80, el típico residente de Los Ángeles vivía en un chalet en una urbanización puramente residencial, sin parques, calles comerciales o ningún espacio público para pasear. Nadie andaba por las aceras y para ir a cualquier lugar, necesitaba coger el coche. El único lugar para realizar las compras eran los centros comerciales, que también sólo eran accesibles en coche. Cada mañana, tenían que pasar una hora en las carreteras de casa a trabajo, luchando contra atascos. Además, el horario laboral se había alargado respecto a principio de siglo XX porque la casa grande y los dos coches generaron un montón de gastos. Debido a la falta de ejercicios físicos, la tasa de obesidad se disparó y con ella las enfermedades como diabetes e hipertensión, tanto como la depresión o ansiedad provocada por la sensación de aislamiento.

Los Ángeles, siglo XXI

Los Ángeles, siglo XXI

¿La calidad de vida realmente ha mejorado respecto a principios de siglo XX, o el hombre se ha convertido en esclavo de su casa y coche?

Parece que durante toda la historia humana hay un patrón que siempre se repite: los lujos se convierten en necesidades que luego generan nuevas obligaciones. Al final, la calidad de vida puede acabar empeorando, aunque todo el mundo cree lo contrario.

El nuevo afán de censurar y segregar

5 May

Hay una tendencia que gana cada vez más impulso en el mundo anglosajón, que es el afán de censurar y segregar.

Empiezo con un ejemplo. Hace poco leí un artículo que en los servicios de taxis y de compartir coches como Uber, algunas mujeres han sufrido acoso o han sentido miedo por las insinuaciones de algunos conductores masculinos. Por eso, un empresario ha montado un servicio de taxis sólo para mujeres con conductoras femeninas. De primeras, esta medida puede parecer que tenga sentido, pero examinando la situación más al fondo, me hago la pregunta: ¿cada vez que alguien ha tenido una mala experiencia con personas de un cierto colectivo, la solución es segregarlo de ellos?

Acerca del acoso sexual en los taxis y transporte público, la medida más sensata, en mi opinión, es hacer un control más exhaustivo a los conductores y facilitar más medidas de denunciar, porque en el fondo, los que tienen que cambiar el comportamiento deben ser los conductores, no las pasajeras.

Acoso en el transporte público

Acoso en el transporte público

Lo de establecer un servicio de transporte sólo para mujeres me parece una solución tan absurda como peligrosa. No hay que olvidar que muchas formas de opresión hacia las mujeres han empezado con la excusa de protegerlas, como los padres que dejan salir de noche a sus hijos pero no a las hijas, o los régimenes islamistas que prohíben a mujeres y hombres socializar juntos para prevenir violaciones. En el peor de los casos, cuando los espacios seguros para mujeres en el transporte se convierten en norma, algunos hombres puedan interpretar que cualquier mujer que se encuentra fuera de ese espacio como una «barra libre». Tantas décadas de lucha para la inclusión de la mujer en todas las esferas públicas se habría ido al garete.

"Espacios seguros" existen a costa de libertad de expresión.

«Espacios seguros» existen a costa de libertad de expresión.

Eso es sólo uno de los ejemplos de la tendencia de segregar y censurar. En las universidades de países anglosajones, muchos estudiantes también están creando «espacios seguros», para proteger a los más sensibles de opiniones hirientes.

Esta tendencia empezó en los años 90, con el movimiento de la cultura «políticamente correcta». Originalmente, tenía la intención de crear conciencia que ciertas palabras, comportamientos y expresiones puedan resultar hirientes a determinadas personas o colectivos, sobre todo los tradicionalmente discriminados. Pero con el transcurso de los años, el afán de no ofender se ha convertido en una caza de brujas. Ya no hace falta hacer una afirmación abiertamente racista, sexista, homófobo o despectiva para que te crucifiquen, basta con una frase sacada fuera de contexto de un discurso neutral o un comentario irónico tomado al pie de la letra, ya era suficiente para que te acusen de «herir sensibilidades» y te excluyan de de los «espacios seguros».

El año pasado, la feminista Germaine Greer fue declarada «persona no-grata» en la universidad de Cardiff solo porque dijo en 2009 que las transexuales no se les podían considerar mujeres. La universidad de Warwick ha cancelado una charla de la activista laica iraní Maryam Namazie porque su dura critica hacia Islam podría «ofender sensibilidades religiosas». En una universidad en Pensilvania, un grupo de estudiantes presionaron que una residencia estudiantil cambiase de nombre porque se llamaba «Lynch», que les recordaba la palabra «linchar».  En 2012, un grupo feminista en España protestó contra el estreno de la obra de teatro Don Juan Tenorio porque el protagonista era machista y misógino. Hace poco, en la universidad de Ottawa se ha cancelado clases de yoga porque algunos estudiantes sentían que representara la apropiación del “hombre blanco” de la cultura de un “pueblo explotado por el colonialismo”.

¿Es Maryam Mamazie islamofoba?

¿Es Maryam Mamazie islamofoba?

Debido a la globalización, inmigración y la conexión al Internet, vivimos en un mundo hiperconectado donde tenemos cada vez más contacto con personas de otro países, culturas, religiones, orientaciones sexuales, ideologías y orígenes sociales. Por supuesto, ofender las sensibilidades de alguien ajeno a nuestro entorno es mucho más fácil que a personas parecidas a nosotros. ¿Pero bajo esas circunstancias, censurar y segregar a todo lo que nos incomode los oídos realmente mejoraría la convivencia? En mi opinión, conseguiría justo el efecto contrario, porque prohibir la expresión de ciertos sentimientos no los hacen desaparecer, sino que los dejan embotellados sin vía de escape, hasta que un día se exploten en forma de violencia física o votos a partidos extremistas.

En mi vida cotidiana, casi todos los días escucho o leo algún comentario que no me hace nada de gracia, sea un chiste de mal gusto o un comentario despectivo hacia un colectivo entero, pero jamás he pensado en hacer una ley para prohibirlos, porque mientras que esas palabras me resultan ofensivos, muchas expresiones mías también puedan ofender o escandalizar a muchos. Al fin y al cabo, la sociedad humana es una convivencia de muchas costumbres e ideas distintas y no todo te tiene que gustar. Yo tengo que tolerar a otros, pero otros también tienen que aguantar a mí.

donald-trump-make-america-great

Algunos políticos, como Donald Trump o Nigel Farrage, me espantan con casi todas las palabras que salen de sus bocas, pero tampoco creo que censurarles sea la manera más adecuada para luchar contra lo que representan. En 2015, miles de británicos firmaron una petición para prohibir la entrada de Donald Trump al país, ¿pero eso va a hacer que millones de estadounidenses dejen de votarlo? En vez de prohibir que haga discursos xenófobos, ¿por qué no organizan un debate abierto para tumbar cada uno de sus propagandas demagógicas con argumentos lógicos y cifras reales, para dejarlo en ridículo?

Acerca de obras como Don Juan Tenorio, la interpretación es totalmente subjetiva. El protagonista puede ser misógino, ¿pero eso implica que la obra hace apología a esas ideas? Con esta filosofía, ¿vamos a prohibir todas las novelas, obras o películas en que sale algún personaje misógino, racista, homófobo o con cualquier idea que no conforma con los valores de la sociedad moderna?

Si la única medida que adoptan los autodeterminados progresistas en combatir la discriminación es censurar y segregar, vamos a crear una sociedad mundial de guetos donde cada uno acabará solamente rodeados de los suyos, y la convivencia entre personas de distintos orígenes, sexos, culturas, ideologías o creencias se volverá cada vez más incómoda por la paranoia de no ofender.

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