Archivo | febrero, 2020

La evolución del model familiar: de la tribu a la familia nuclear

27 Feb

Para la mayoría de las personas que vivimos en el Primer Mundo, el hogar estándar está formado por una pareja y sus hijos: la familia nuclear. Solemos pensar que este modelo ha sido el más corriente durante toda la historia de la humanidad y es la base de la estabilidad social. Pero al hacer un poco de investigación histórica, me he dado cuenta de que la familia nuclear es en realidad un invento relativamente reciente, del siglo XX, y solo tiene 3 o 4 generaciones de historia. De hecho, a día de hoy, muchas familias ya no conformen con ese estereotipo.

Durante la mayor parte de la historia humana, la gente había vivido como cazadores-recolectores, que se agrupaba en clanes de entre 10 y 30 personas. Pasaban todas las horas juntos, caminando por la selva, el bosque o la tundra en busca de animales para cazar y vegetales para recoger. Por la noche se sentaban alrededor de un fuego para contar historias. Poco se conoce de las estructuras familiares, pero hay evidencias arqueológicas y genéticas de que algunos clanes estaban formados por gente que compartía lazos de sangre, otros por gente sin ningún parentesco. Así que probablemente, había varias maneras de formar familia, adaptándose a las circunstancias de cada lugar y época.

Hace 10.000 años, cuando nuestros ancestros se asentaron en aldeas para cultivar el campo, surgió la familia extendida, formada por un patriarca o matriarca y sus descendientes, con varias generaciones bajo el mismo techo. La familia no era solo un hogar, sino también una corporativa, ya que todos los miembros solían trabajar en la misma granja o negocio familiar. El cuidado de infantes, ancianos y enfermos era una tarea compartida entre todos los adultos. Los niños solían tener varios adultos como referentes. Y si alguno de sus padres había fallecido o estaba ausente, había abuelos, tíos, o primeros y hermanos mayores para tomar el relevo.

Aquel modelo era ideal para la supervivencia en una sociedad con una alta tasa de mortalidad, donde los recursos eran escasos y la subsistencia requería mucha mano de obra. Prácticamente, uno nunca se independizaba de sus progenitores, y tampoco se libraba de las obligaciones paternales aunque todos sus hijos habían crecido.

La «familia nuclear» surgió tras la industrialización, cuando millones de campesinos emigraron a la ciudad, donde en cada vivienda solo había espacio para alojar a una pareja con sus hijos. Sin embargo, durante el siglo XIX y la primera mitad de siglo XX, la familia extendida de la sociedad campesina se transformó en el entorno urbano en redes de apoyo entre personas que compartían lazos familiares, procedencia provinciana, o miembros de la misma iglesia, sindicato, o asociación profesional. Padres, hijos, hermanos y amigos solían vivir cerca, y muchos niños pasaban tanto tiempo en la casa de abuelos, tíos y vecinos de confianza como en la de sus propios padres. Igual que en el mundo rural, las personas criadas en tales entornos solían mantener un fuerte lazo emocional con su barrio de infancia, cuyas calles eran como el patio de su casa.

El gran cambio surgió después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la bonanza económica en EEUU y Europa permitía cada familia nuclear subsistir de forma totalmente independiente, sin contar con el apoyo de familiares y amigos. Con el mercado laboral volviendo cada vez más dinámica, la gente cambiaba de trabajo y residencia con mayor frecuencia, premiando el bienestar financiero encima del arraigo al barrio o la comunidad. Los hijos, una vez llegados a la edad adulta, se convirtieron en seres totalmente independientes sin ninguna obligación hacia la familia. Para forjar su propia identidad personal o avanzar su carrera profesional, muchos se mudaron lejos de los padres, y lejos de los hermanos.

Ese modelo funcionó con tanto éxito que se extendió tarde o temprano a todos los países de economía desarrollada. Comparado con la familia extendida de la sociedad campesina, permite mucho más libertad individual. Uno ya no tiene que aguantar a primos, cuñados o suegros pesados y tampoco tiene que someter a las ordenes de patriarcas y matriarcas autoritarios. Y si los hijos no se llevan bien con los padres, siempre tienen la libertad de marcharse una vez cumplida la edad adulta.

La edad dorada de la familia nuclear sucedió en las 3 décadas después de la Segunda Guerra Mundial, acompañada por un boom de natalidad en EEUU, Europa y Japón. Sin embargo, se fundaba sobre 3 factores socioeconómicos muy particulares de la época:

  1. el divorcio era un tabú
  2. la tasa de crecimiento económico era tan alta que con un sueldo podía mantener a una familia de 4 o 5
  3. había roles de género muy rígidos: el hombre ganaba el pan y la mujer cuidaba la casa

A partir de los años 70, cuando muchas mujeres se incorporaron en el mercado laboral y el divorcio se volvió mucho más común, la familia nuclear empezó a manifestar sus primeras grietas.

Primero, con ambos progenitores trabajando la jornada completa, el tiempo dedicado para cuidar y educar a los hijos se queda más restringido. Pero distinto a la familia extendida o las redes comunitarias donde había otros familiares, amigos o vecinos para echar una mano, los padres tienen que cargarse con toda la responsabilidad (no es lo mismo tener 2 adultos cuidando a 2 niños que 6 adultos cuidando a 6 niños). Las familias más adineradas pueden permitir contratar a chachas o tutores privados para llevar o recoger los niños al colegio y ayudarles con los deberes, pero los padres humildes tienen que hacer mil malabares para compaginar los horarios de trabajo con la vida familiar.

Segundo, en la familia extendida de la sociedad rural, los lazos afectivos se diluían entre muchos miembros de la familia, pero en una familia nuclear el único lazo afectivo se construye entre padres e hijos, o como mucho entre hermanos. En un entorno familiar estable se puede cultivar relaciones muy sanas e hijos con mucho sentido de seguridad. Pero cuando los padres llevan una relación conflictiva, sufren alcoholismo o drogadicción, tienen comportamientos abusivos, o cuando el padre está ausente y la madre no tiene parejas estables, los únicos lazos afectivos que establecen los niños en el entorno más íntimo son conflictivos, generando traumas e inseguridades psicológicas que les acompañan durante toda la vida.

Como consecuencia, la familiar nuclear ha dado muchas facilidades a las clases acomodadas, pero ha frenado la movilidad social de las clases más humildes. Según un estudio realizado en 2005 en EEUU, 85% de niños de familias de clase media-alta estaban viviendo con ambos progenitores biológicos, pero solo lo hacían 30% de niños de clase obrera. La inestabilidad familiar se ha convertido en uno de los principales factores de desigualdad, que desde los años 70 ha aumentado un 25% en EEUU.

Como asegurar el bienestar de los hijos se ha convertido en un asunto tan delicado, muchos jóvenes solo plantean a ser padres cuando tienen un empleo estable y se encuentran en una relación satisfactoria. No es de sorprender que la natalidad ha descendido en casi todos los países desarrollados y la edad de las madres primerizas no para de subir. Aunque en algunos países, como Japón y Singapur, el gobierno ha tomado varias iniciativas para aumentar la natalidad, no ha tenido gran efecto, por lo tanto que las dificultades fundamentales en compaginar la vida familiar y laboral siguen sin resolver.

A día de hoy, cada vez hay menos niños que pasan toda la infancia viviendo con su padre y madre biológico. Se han normalizado otros tipos de familias, como la de madres solteras, parejas gays con hijos adoptados etc.. ¿La época de la familia nuclear ya está en etapa de declive? ¿Y qué modelo vendrá para sustituirlo?

En los países nórdicos, el estado ha intervenido para echar una mano a las padres que no dan abasto, concediéndoles generosas ayudas familiares y servicios de cuidado gratuitos. En Japón, el plan es usar robots para hacerse de cuidadores de niños y mayores cuando los adultos tienen otras obligaciones. En Europa y Norteamérica, algunas personas están experimentando con otras maneras de formar familias extendidas, no con sus parientes biológicos, sino con personas que comparten la misma visión y los mismos valores, para formar redes de apoyo que se cuidan entre sí. ¿Qué modelo saldrá delante? Solo el tiempo dirá, porque la evolución de la sociedad humana es una historia de constante adaptación.

La ciencia, la tecnología y la ética

15 Feb

Tengo algunos amigos que opinan que la ciencia y la tecnología han sido el motor del progreso humano. Por esta misma razón, justifican todos los proyectos de investigación y desarrollo, independiente del fin, porque según ellos, todos los descubrimientos e inventos del pasado han traído progreso a la humanidad a largo plazo. Cuando hablamos de la inteligencia artificial, la edición genética y la automatización de los procesos de producción, ellos descalifican a cualquier crítica o preocupación como un alarmismo injustificado, comparándola con la rebelión de los luditas en Inglaterra a comienzos del siglo XIX: costureros que destruían a las máquinas de hilar automatizadas por las primeras máquinas de vapor.

Aunque estoy a grandes rasgos a favor de la innovación, personalmente, distinguiría entre la ciencia y la tecnología. Porque el primero se trata de la búsqueda del conocimiento, el segundo se trata del uso del conocimiento para el beneficio humano. La ciencia es totalmente neutral, pero la tecnología sí que reflejan las ideologías e intereses de quién lo desarrolla. Por ejemplo, las investigaciones químicas que descubrieron las propiedades de compuestos químicos y estructuras orgánicas es ciencia pura. Pero el uso del conocimiento para fabricar medicamentos que salvan millones de vidas, o armas químicas que matan a miles de personas, es tecnología. Estoy 100% a favor de la investigación científica, pero acerca de la tecnología tengo mucho más reservas.

Hablando de las tecnologías actuales, un ejemplo son las redes sociales. Por un lado, tengo que reconocer que Google, Facebook, WhatsApp y Youtube me han facilitado la vida privada en muchos aspectos, pero por otro lado, analizando el impacto que han tenido esas aplicaciones en la sociedad en conjunto, no estoy tan seguro que el saldo haya sido positivo. Los algoritmos que gobiernan esas plataformas no son nada neutrales. Si ellos quieren que una noticia, verdadera o falsa, sea vista, leída y compartida por millones, pueden hacerlo. Como consecuencia, el éxito de una publicación ya no depende de la calidad, claridad y profundidad de la información presentada, sino del algoritmo de Facebook o Twitter que le da visibilidad, y de la reacción visceral que provoca su titular entre los usuarios. No es de sorprender que la proliferación de redes sociales ha coincidido con el auge de políticas identitarias por todo el mundo, reivindicaciones basadas puramente en el sentimiento (a menudo victimista), pero carecen de todo fundamento lógico ni ofrecen soluciones realistas, sino solo buscan el enfrentamiento entre un colectivo y otro.

Acerca de las tecnologías del futuro cercano, la inteligencia artificial tiene una potencia enorme, pero dependiendo de para qué lo utilizamos y a quién beneficia, puede aportar soluciones a una multitud de problemas actuales o acentuar las desigualdades y injusticias. A pesar de que un robot puede diagnosticar una enfermedad basta con mirar a alguien a la cara, operar un tumor con mayor precisión que cualquier cirujano, o identificar los micro-plásticos disueltos en el mar, no deja de ser un algoritmo que carece de sentido ético. En su artículo Inteligencia Artificial: ¿Progreso o Retroceso?, la investigadora de la universidad de Oxford Carrisa Féliz declara:

«Los algoritmos no son ni seres sintientes ni agentes morales. Son incapaces de sentir dolor, placer, remordimiento o empatía. Son incapaces de entender las consecuencias de sus acciones —solo los seres que pueden experimentar dolor y placer pueden entender lo que significa infligir dolor o causar placer. Los algoritmos no tienen valores ni son capaces de hacer una excepción a la regla. No toman en cuenta que en muchas ocasiones las transgresiones humanas son producto de la injusticia (la falta de oportunidades que lleva al crimen, por ejemplo). No pueden reflexionar sobre el tipo de vida que quieren llevar, o el tipo de sociedad en la que quieren vivir, y actuar en consecuencia. Un coche autónomo no puede decidir andar menos kilómetros para no contaminar. Un robot de guerra no puede convertirse en pacifista después de reflexionar sobre las consecuencias de los conflictos armados. Los algoritmos no pueden tener consciencia social.»

Así que en mi opinión, es apto emplear la inteligencia artificial como un asistente para realizar tareas humanas, pero no para sustituir a los humanos. Por esta misma razón, la Universidad de Stanford ha creado un Instituto para la Inteligencia Artificial Centrada en los Humanos, un organismo formado por filósofos, economistas, psicólogos y antropólogos, cuyo propósito es evitar que desarrollemos la inteligencia artificial de forma tan negligente que un día los robots se conviertan en nuestros peores enemigos. El País publicó esta entrevista con su director: John Etchemendy en 2019, que en sus palabras, proclamó:

«Pasar de donde estamos ahora a algo que se parezca a los robots que vemos en las películas supondrá décadas. Previamente tenemos que decidir si queremos llegar a ellos. Podemos conseguir enormes beneficios de la inteligencia artificial sin tener que recrear jamás un modelo de inteligencia artificial similar a un ser humano. No es necesario. Tenemos un planeta lleno de seres humanos: ¿para qué queremos crear seres humanos artificiales? El objetivo se supone que es crear artefactos que nos permitan vivir mejor, que ayuden a los humanos de diferentes formas, a cumplir diferentes tareas.»

Pero entre todos los proyectos de investigación y desarrollo más punteros, él que más escalofríos que me da es la interfaz entre cerebro humano y la máquina. En los últimos 5 años, Neuralink, una empresa creada por Elon Musk, Facebook, Google y varias empresas chinas han recibido cientos de millones de euros de inversión para construir una conexión entre el cerebro humano y el ordenador, para que podamos realizar búsquedas en internet con un pensamiento y descargar la información directamente en nuestro cerebro. Es decir, que el internet se convierta en una ampliación de nuestra mente. En la actualidad, el proyecto todavía se encuentra en la infancia, pero varios neurocientíficos que participan en la investigación, liderado por el español Rafael Yuste, han mostrado una profunda preocupación de las implicaciones éticas, y manifiestan por establecer una serie de neuroderechos protegidos por la ley antes de que esta tecnología salga al mercado.

Desde mi punto de vista, la interfaz cerebro-ordenador puede servir de gran utilidad para que un parapléjico pueda mover su cuerpo a través de pensamientos, o un ciego pueda «ver» una imagen proyectada directamente en su cerebro. Pero para que una persona sin descapacidades no tenga que teclear o pronunciar unas palabras para realizar una búsqueda, me parece una tecnología demasiado invasiva que viola la última frontera de la intimidad: los pensamientos privados. Ahora es fácil decir que «yo nunca conectaría mi cerebro al internet». Pero el momento que la tecnología se populariza y todo el mundo está conectado, si no estuvieses conectado, te quedarías excluido de la sociedad. Es como en 2010, mucha gente aun decía que «nunca tendría Smartphone», pero pocos han cumplido ese juramento en 2020.

Considerando que nuestros smartphones ya nos espían y en más de una ocasión, lo que comentamos en una conversación privada aparece como un anuncio en Facebook, Youtube o Google, ¿imagínate cómo sería la vida si conectáramos nuestros cerebros al internet? Mientras que podemos controlar lo que decimos o tecleamos, no podemos controlar lo que pensamos. Y con el cerebro conectado al internet, las empresas como Google, Facebook y Amazon no solo tienen el big data sobre nuestros gustos, inquietudes e ideas políticas, sino también de nuestros sentimientos más privados, pensamientos más oscuros y fantasías sexuales más íntimas. Y si la tecnología permitiera descargar el resultado de una búsqueda directamente en nuestra memoria, también podría descargar un virus, recuerdos falsos o pensamientos ajenos.

En total, vivimos en un mundo en que la tecnología avanza a un ritmo mucho más rápido que la psicología, filosofía y ética humana puedan adaptarse. No tengo claro cuál será la manera más adecuada para asegurar que los nuevos inventos mejoran la calidad de vida de la mayoría de los seres vivos en vez de perjudicarla, pero lo que tengo seguro es que el mercado libre sin regulación, Laissez-faire, no es la solución.

La peatonalización, la gentrificación y el éxodo a la periferia

11 Feb

El otro día, leí este artículo muy informativo sobre la historia demográfica de París, que desde hace siglos, había vivido una lucha entre las élites que vivían dentro de las muralla, y las clases populares que residían fuera. En el siglo XX, el antiguo muro fue derrumbado y en su lugar levantaron una autopista circular conocida como el Bulevar Periférico, que continua siendo una frontera de separación entre los del dentro y los del fuera.

En 1921, la población de París llegó al pico demográfico de 2.9 millones de habitantes, y a partir de ahí empezó a disminuir. El mayor éxodo sucedió entre los años 50 y 70, cuando levantaron extensas barriadas populares en los municipios periféricos conocidos como banlieue, donde miles familias obreras cambiaron sus apartamentos pequeños y sin aseos de París por pisos con cuartos separados, salón, cocina, cuarto de baño y todos los servicios modernos. A día de hoy, París capital tiene un población de 2.2 millones, pero en la zona metropolitana viven unos 10 millones, y siguen creciendo.

Durante los últimos años, la alcaldesa Anne Hidalgo ha realizado una gran inversión en ampliar las zonas peatonales, parques, carriles de bicicleta y redes de transporte público, para convertir la capital en una ciudad más sana, habitable y acogedora. Pero lo que no ha podido frenar es la subida sin freno del precio de la vivienda, que después de haber expulsado a la clase obrera a los banlieue, está expulsando a la clase media. Mientras el nivel medio económico del residente de París capital sigue subiendo, los trabajadores humildes viven cada vez más lejos de la capital. Y los más pobres se instalan en comunidades dónde ni siquiera llega el transporte público.

Por un lado, el ayuntamiento de Paris presume de que la mitad de sus residentes se desplazan a trabajo en bicicleta, a pie o en transporte público, que la ciudad es más verde y la calidad de aire ha mejorado. Pero lo que no menciona es que para muchos residentes de los banlieue, el único modo de acceder a la ciudad es en coche. Y cada mañana, los atascos que se forman en las carreteras fuera de Paris están más congestionados que nunca. El colmo de descontento de las clases populares estalló en 2017 con la revuelta de los chalecos amarillos. Entre los manifestantes hay gente de diversas situaciones sociales, pero entre ellos hay muchos antiguos parisinos expulsados a la periferia por la subida de precios, donde tienen que coger el coche para todo. Y ahora, encima les sube la gasolina…

Según las últimas elecciones, los Socialistas y Verdes son las formaciones políticas más populares en París capital, pero en muchos banlieue a 30km de la capital, la fuerza dominante es el Frente Nacional. La brecha entre las clases acomodadas dentro de la capital y las clases populares de fuera se hace cada vez más inconciliable, y no solo en temas económicos, sino también en lo ideológico y cultural. Para los primeros, las principales preocupaciones son el medio ambiente, la salud, la justicia social y la sostenibilidad del model económico; para los segundos, es llegar al fin del mes.

La situación de Madrid

Tanto El País como en El Confidencial han publicado estudios sobre el cambio demográfico en España de 2009 a 2019. En resumen, la población española sigue concentrándose en las grandes ciudades mientras los pueblos y las capitales provincianas se vacían. Sin embargo, en Madrid capital, la población ha disminuido en varios distritos, sobre todo en los más céntricos.

Durante la primera década del siglo XXI, el paisaje de Madrid capital sufrió una gran transformación. Por un lado, la burbuja inmobiliaria encareció la vivienda, impulsó el crecimiento urbano y atrajo la llegada de cientos de miles inmigrantes extranjeros que inyectaron sangre nueva a muchos barrios envejecidos. Por otro lado, el alcalde Alberto Ruiz-Gallardón realizó un ambicioso plan de reforma urbanística para soterrar carreteras urbanas y ampliar parques y zonas peatonales, mejorando la calidad de vida en muchos barrios.

Entre 2003 y 2008, el precio de la vivienda llegó a tan alto que la única manera que los jóvenes pudieran independizarse era comprar piso sobre plano en una zona aún no edificada. Ese fenómeno impulsó la construcción de nuevos barrios en la periferia de la ciudad y en los pueblos alrededores. Pero pronto, esos nuevos parques de vivienda también cayeron presa a la especulación, que obligó la construcción de nuevos barrios en la periferia de la periferia. Pero paradójicamente, cuando el precio de la vivienda llegó al punto más caro en 2007, había más casas vacías que nunca en la capital.

Cuando estalló la crisis en 2009, aunque el precio de la vivienda pegó un desplome, muchos propietarios se quedaron en el paro. Hubo miles de desahucios, pero los que tienen una casa en una zona céntrica encontraron un chollo para no perder su vivienda: alquilarla a turistas, mientras ellos se trasladan a la periferia donde el alquiler es mucho más barato. En casos extremos, hay hasta nómadas urbanos que viven en su casa entre semana, pero se desplazan a la casa de un familiar durante los fines de semanas.

Sin embargo, no tardaron mucho para que empresarios de hostelería, inversores y fondo buitres metiesen mano a ese lucrativo negocio, comprando bloques enteros para convertirlos en pisos turísticos o hoteles, a costa de los inquilinos de largo plazo. En la actualidad, la mayor batalla entre vecinos residentes y pisos turísticos se libra en Lavapies, un barrio obrero en pleno centro de Madrid que durante siglos había sido hogar de los madrileños más humildes, pero ahora corre el riesgo de convertirse en un parque temático del turismo.

Una vez que empezó la recuperación económica en 2015, el precio de la vivienda volvió a subir a un ritmo mucho más rápido que la recuperación del empleo y salario. Según el último estudio, una pareja joven con dos sueldos solo pueden permitirse vivir de alquiler en 13 de los 128 barrios de la capital. La demanda de vivienda vuelve a desplazar la población hacia la periferia de la periferia de la periferia. Y de 2009 a 2019, los pueblos cuya población que más ha crecido se encuentran en la provincia de Toledo y Guadalajara, llenándose de madrileños desplazados que viajan a la ciudad a diario para trabajar.

Como en el caso de París, la ampliación de zonas peatonales y transporte público ha convertido Madrid capital en un lugar mucho más agradable para vivir. Sin embargo, cada vez a menos gente se le puede permitir vivir ahí. Paradójicamente, la mayoría de los nuevos barrios hacia donde se desplazan las familias jóvenes han adaptado a un urbanismo totalmente norteamericano, con carreteras anchas, casas apartadas y urbanizaciones cerradas, donde las distancias son larguísimas con la ausencia total de plazas, calles comerciales y espacios públicos de convivencia tan típico de las urbes mediterráneas. Para ir al trabajo, llevar los niños al colegio o comprar el pan, hay que coger el coche. No es de sorprender que cada mañana, los atascos que se forman en las carreteras en la periferia de Madrid siguen siendo monumentales, porque la mayoría de los residentes no tienen otra alternativa.

Pero dicho eso, sigo pensando que la peatonalización de Madrid capital, la ampliación de zonas verdes y la construcción de carriles de bicicletas han sido iniciativas positivas, porque poco a poco, se extenderán a otras comunidades. Sin embargo, para mejorar la calidad de vida de la mayoría de los residentes de la zona metropolitana y para reducir la contaminación, el efecto podría tardar mucho más en manifestarse.

Si estáis interesados en explorar los barrios antiguos de Madrid que están en peligro de perder su identidad debido al éxodo de la generación joven, la gentrificación y turistificación, recomiendo el blog de Madrid No Frills, the la periodista británica Leah Pattem.