Archivo | enero, 2018

La paradoja de la nueva izquierda y las políticas identitarias

26 Ene

Las políticas de izquierda surgieron en el siglo XIX, a raíz de la industrialización y la emergencia de la clase obrera. Durante esa época, las reivindicaciones eran sobre todo económicas, para conseguir mejores condiciones laborales y mayor redistribución de riqueza a través de movilizaciones colectivas. Aunque las organizaciones de izquierda ya se dividían entre distintas corrientes, las principales, como el socialismo, comunismo y anarquismo, reivindicaban la solidaridad internacional, en que obreros de distintas nacionalidades deberían unirse en la lucha de clases.

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Internacionalismo soviético

Nacionalismo vs socialismo a principios de siglo XX

Durante finales de siglo XIX y principios de XX, los sentimientos nacionalistas se extendieron por toda Europa. En imperios multiétnicos como el austro-húngaro, ruso y otomano, cada grupo étnico luchaba por su derecho de autogobierno, reivindicando la solidaridad entre personas que compartían el mismo idioma, religión y origen racial, excluyendo a los diferentes. En ciudades cosmopolitas como Viena, Budapest, Odessa y Constantinopla, el efecto de los nacionalismos era especialmente venenoso, ya que las distintas identidades culturales luchaban cada una por los suyos, tachando a los otros como rivales o enemigos, así creando enfrentamientos entre amigos y vecinos de toda la vida.

Los partidos de izquierda, sin embargo, opusieron ferozmente a todos los nacionalismos. Contrariando el típico discurso de que «los otros nos quitan el trabajo», los sindicatos reivindicaron que obreros de todas las culturas, colores y lenguas tenían mucho más necesidades en común que las diferencias en idiosincracia. Gracias a este efecto integrador, ciudades industriales como Londres, Glasgow, París, Barcelona y Marsella eran capaces de absorber millones de trabajadores de un crisol de culturas y nacionalidades sin sufrir grandes brotes de xenofobia o conflictos interétnicos.

Antes de la Segunda Guerra Mundial, casi todos los nacionalismos eran de derechas. Tanto para los marxistas como para los sociodemócratas, identidades como la nacionalidad, la lengua, la religión o la raza no eran nada más que divisiones artificiales que la burguesía había inventado para mantener la clase trabajadora dividida.

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La «épica eslava» de Alfons Mucha representa el nacionalismo eslavo

La izquierda cultural posterior de los 60

Sin embargo, durante los años 60 surgió un cambio de rumbo debido a 3 factores.

Primero, en los países occidentales, tras el establecimiento del estado de bienestar después de la Segunda Guerra Mundial, la vida de los obreros se volvió cada vez más acomodada, pero la distribución de riqueza solía llegar solamente a manos de hombres blancos, heterosexuales que no pertenecía a una minoría étnica. Segundo, la generación criada en la posguerra empezó a cuestionar los valores tradicionales como la familia, la patria, la moralidad sexual y los papeles de género, revolucionando la sociedad con la música rock y el amor libre. Tercero, muchas colonias de los imperios europeos en Asia y África lucharon por la independencia, visibilizando las injusticias que habían sufrido durante generaciones a manos del hombre blanco.

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Mayo 68, París

De ahí surgió una nueva izquierda, más cultural que económica, cuya agenda ya no se centraba en la lucha de clases, sino en la emancipación de la mujer, la libertad sexual, la decriminalización de las drogas, la independencia de los pueblos colonizados, la autodeterminación de las minorías culturales, y la erradicación de prejuicios como el racismo, el machismo y la homofobia. Los nacionalismos ya dejaban de ser mal vistos, por lo tanto que reivindicasen la identidad de los colectivos reprimidos. Los protagonistas de esta nueva izquierda ya dejaba de ser los obreros de la fábrica, sino estudiantes y profesores de la universidad.

Los valores de la vieja y nueva izquierda diferían tanto que según relata la autora francesa Virginie Despentes, a pesar de que sus padres y abuelos eran anarquistas y comunistas de toda la vida, se escandalizaron cuando ella se hizo punki.

En la mayoría de los países europeos, los partidos socialistas trataron de integrar a tanto la vieja como la nueva izquierda, pero en EEUU, donde nunca hubo un movimiento socialista muy destacado, el Partido Demócrata abandonó en total la lucha de clases, sustituyéndola con la lucha de las identidades reprimidas.

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Argelinos durante la guerra de independencia

La izquierda cultural y las políticas de identidad en EEUU

Al llegar al siglo XXI, la izquierda cultural en EEUU se radicalizó.

Los activistas en el ámbito universitario dividen el mundo entre dos grupos: los privilegiados y los reprimidos. Los primeros consisten de gente de raza blanca, varones y heterosexuales. Los segundos consisten de gente no-blanca, mujeres, y minorías sexuales. Todas las movilizaciones se organizan alrededor del concepto de identidad: a favor de las mujeres, de los afroamericanos, de la gente no-blanca, de los gays, de los pueblos indígenas, de los dreamers o de los sin-papeles.

Como la constitución estadounidense prohibe hacer leyes que discriminan a ciudadanos por raza y género, los militantes de izquierda tratan de hacer propaganda para crear concienciación de la discriminación cotidiana que sufre miembros de las «identidades reprimidas» y señalar a los culpables para avergonzarlos en público. En el ámbito cultural, tratan de censurar o condenar cualquier película, serie, canción, libro o discurso que puede ofender la sensibilidad de dichos colectivos. En medios progresistas como HuffPost y AJ++, una de las frases más repetidas es white privilege, en referencia a la ventaja social que disfrutan los blancos a la hora de conseguir empleo, alquilar vivienda o recibir un trato más justo por la policía.

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Estudiantes norteamericanos

Paradójicamente, contrario a pioneros de derechos civiles como Martin Luther King que luchaba por la integración racial, la nueva izquierda estadounidense favorece la creación de «espacios seguros» para mujeres y minorías étnicas o sexuales en universidades y empresas, donde miembros de aquellos grupos puedan sentirse seguros sin ser molestados. Ya se están poniendo de moda servicios, negocios, empresas o centros de coworking solo para mujeres, y en los casos más extremos, para mujeres de color. El intercambio cultural también se ha convertido en pecado, ya que cuando una persona blanca adopta un vestimenta, estilo de música o gastronomía de origen no-europeo, le acusan de «apropiación cultural«.

Mientras tanto, ¿qué pasa con la lucha de clases? Los blancos pobres, a pesar de todas las dificultades socioeconómicas que sufren, sienten totalmente ignorados por las políticas identitarias de la nueva izquierda. Me puedo imaginar la rabia que siente un minero desempleado de Pensilvania, padre divorciado con 3 hijos, al escuchar una feminista de una universidad de Ivy League decir qué él es parte de la clase privilegiada por ser blanco, varón y heterosexual.

¿Qué haría en respuesta? votar a un demagogo como Donald Trump.

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No todos los blancos son privilegiados

Mi opinión personal

Aunque estoy de contra de cualquier forma de represión, injusticia y discriminación por motivo de género, etnia y sexualidad, en mi opinión, hacer políticas de identidad es totalmente contraproducente para la justicia social. Porque cuando un grupo se cierra para defender su identidad recriminando a otros, provocaría la misma reacción en el bando contrario.

En Viena a principios de siglo XX, la comunidad alemana era el primero en reivindicarse como los auténticos vieneses. En respuesta, la comunidad checa también hizo lo mismo, seguida por la húngara y la italiana, hasta que la convivencia en la ciudad se fracturó en una guerra de identidades enfrentadas, que al final, abrió las puertas a la dominación nazi. En EEUU pasa algo parecido. Las políticas identitarias a favor de las minorías étnicas han provocado el sentimiento identitario de los blancos, encabezado por el Alt Right. En España, el independentismo militante de los catalanes durante el proces en 2017 también ha despertado el nacionalismo español más rancio, que hace pocos años estaba totalmente estigmatizado.

Por un lado, estoy totalmente a favor de mantener escuelas e instituciones culturales que protegen la lengua e idiosincracia de las minorías culturales, tanto como declarar su lengua como co-oficial en la región donde forman la mayoría. Pero otra cosa totalmente diferente es crear divisiones políticas explotando esta diferencia, señalando una identidad cultural como el eterno verdugo y otra como la eterna víctima.

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En mi ámbito personal, siempre he tenido amigos de diversos orígenes, clases sociales, nacionalidades y de ambos sexos. Nunca se me había planteado quién perteneciera a un grupo privilegiado y quién perteneciera a un grupo reprimido, porque todos compartimos la misma humanidad. Y si los medios se dedican a bombardearnos con propaganda día y noche para dividirnos por esas categorías, el trato cotidiano resultaría incómodo. A veces he pensado, con tantas amigas muy cercanas que he tenido durante toda la vida, ¿cuántas realmente me han percibido como miembro de una casta represora por ser hombre y heterosexual?

Es evidente que en EEUU la nueva izquierda ya ha perdido totalmente el apoyo de la clase obrera. Los blancos sienten ignorados. Para los negros de barrios deprimidos, la agenda cultural es demasiado alejado de los asuntos de su vida cotidiana para sentirse representados. Los activistas más militantes suelen tener un alto nivel de estudios, que irónicamente, proceden en su mayoría de familias blancas y adineradas.

Si algún día la izquierda quisiera volver a ser el partido de las masas, tendría que dejar la lucha de identidades para enfocarse en asuntos más prácticos que afectan la vida de todos los ciudadanos, como mejorar la educación y sanidad pública, luchar contra la precariedad laboral, crear barrios con mejor infraestructura y proteger el medio ambiente.

Cómo ser un tipo duro, según mi criterio

17 Ene

Durante los últimos años, en las sociedades occidentales se ha premiado cada vez más la fragilidad, la delicadeza y la susceptibilidad extrema. En las universidades norteamericanas, muchas movilizaciones se han hecho para reivindicar el derecho de no sentirse ofendido, así censurando cualquier opinión o expresión artística que puede ofender los sentimientos de otros.

A día de hoy, cuando uno dice que adora a «tipos duros», es casi sinónimo a ser retrógrado, machista y la falta de sensibilidad. Sin embargo, tengo que reconocer que durante toda la vida, he admirado a hombres y mujeres fuertes y luchadores, todo lo opuesto a los «copos de nieve» que se han puesto de moda ahora. Pero según mi criterio, ser un tipo duro no tiene nada que ver con pelear, chulear y ser un malote, sino con tener resiliencia, la capacidad de superación, y poca susceptibilidad.

En este artículo me gustaría hablar de las cualidades de «tipos duros» que más admiro, aunque tengo que reconocer que muchas no las tengo, o la situación no me ha puesto a prueba.

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La dureza física

La dureza física, en mi opinión, significa tener la capacidad de realizar trabajos físicamente extenuantes, de practicar deportes con un gran desgaste físico, y de adaptarse a condiciones climáticas extremas o condiciones de vida rudas.

Con los avances tecnológicos, cada vez estamos más adaptados a la vida acomodada y menos gente posee la dureza física de nuestros antepasados. Pero por esta misma razón, admiro a la gente capaz de pasar horas cortando leña con una hacha, de cavar una fosa con un palo, de correr un maratón de montaña, de aguantar 12 asaltos en un combate de boxeo, de nadar en un río helado, o de andar durante horas y días bajo la nieve o lluvia con la temperatura bajo cero.

Cuando veo reportajes o documentales de pueblos que llevan la vida tradicional, como pastores mongoles, cazadores bosquimanos o cargadores manuales en los puertos de países subdesarrollados, veo una fuerza, resistencia y disciplina física que los ciudadanos del Primer Mundo ya hemos perdido.

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Pastores kazajos

El optimismo y la resiliencia mental

Otro rasgo de dureza está en la capacidad afrontar a situaciones adversas y no salir hundido ni amargado. Con adversidades me refiero a cualquier situación difícil desde pasar un largo periodo de desempleo, aguantar un jefe tirano y compañeros trepas, hasta sufrir abusos sexuales, persecución política, discriminación racial o sobrevivir guerras y hambrunas.

Una persona dura, en vez de quejarse de la mala suerte o lo injusto que le trate la sociedad, se concentraría en buscar la solución para salir de la adversidad. Y si la solución no está en sus manos, aprendería a sobrellevar la situación lo mejor que pueda, para que le perjudique lo menos posible. Si sufriera una injusticia, no tardaría en denunciarla en voz alta, pero una vez hecha, se deshace del papel de la víctima cuando antes. Nunca echa la culpa de su fracaso a personas ajenas, a la sociedad o a las desgracias del pasado, porque confía que ella misma es la dueña de su propio destino.

Y en mi opinión, las personas más duras del todo, son las que una vez superada las adversidades, tratan de ayudar a otros que pasan por las mismas dificultades, o luchan para que otros no sufran la misma injusticia.

Veo esta dureza en los veteranos de guerra que han podido volver a adaptarse a la vida civil sin guardar odio o rencor a las nacionalidades contra que luchaban, o supervivientes de abusos sexuales que tras superar la trauma, aún son capaces de amar y confiar en otras personas.

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Muchas milicianas kurdas habían sufrido abusos sexuales bajo el Estado Islámico

La poca susceptibilidad

A los tipos y tipas duras no les suelen afectar los comentarios de los demás. Y si algo les ha sentado mal, aprenden a pasar página. Si tienen una opinión, saben defenderla con hechos y argumentos, y nunca se sienten agredidos cuando otros cuestionan sus creencias. Ya aceptan que en el mundo conviven todas clases de opiniones, ideas y valores y aunque algunos les pueden resultar repugnantes, nunca manifiestan a favor de la censura, porque saben que todo el mundo tiene el mismo derecho de expresar sus opiniones.

No se escandalizan con escenas macabras, chistes de mal gusto, palabras agresivas o comportamientos burros. Las desgracias que se cuentan en los telediarios tampoco les generan miedo ni les causan alarma, porque saben que si se convierten en noticias, siempre se tratan de excepciones, en vez de la norma.

Lealtad a sus principios

Una persona dura se mantiene fiel a sus principios. Aunque puede cambiar de opinión sobre determinados asuntos al adquirir nuevos conocimientos y vivencias, nunca pierde los valores fundamentales. Por ejemplo, para alguien que defiende la libertad de expresión, defendería tanto la libertad propia como la de sus adversarios políticos. Sobre determinados asuntos como las noticias falsas, la pseudociencia o los discursos de odio, puede revisar algunos matices, pero nunca se mostraría a favor de régimenes totalitarios que encarcelan, censuran o acosan a voces disidentes.

Se mantiene siempre fiel a lo que considera correcto aunque no está de moda. Un ejemplo era el escritor Albert Camus. Aunque toda su vida había luchado por los derechos de los obreros, los colectivos desfavorecidos y los pueblos colonizados, era un feroz opositor al comunismo soviético por su carácter autoritario. Y durante la guerra de Argelia, era el único que propuso una solución federal concediendo la ciudadanía francesa a los musulmanes argelinos, en vez de la independencia total de la colonia. Ambas posturas iban en contra de la corriente dominante de la izquierda francesa y por eso los intelectuales franceses le marginaron. Pero a pesar de eso, él se mantuvo fiel a sus convicciones hasta la muerte.

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Albert Camus

La valentía de explorar lo desconocido

La última cualidad de un tipo duro es la valentía de salir de su zona de comfort, explorando mundos desconocidos sin miedo.

Si a un tipo duro le llama la atención visitar un país, hacer un viaje, cambiar de profesión, practicar un nuevo deporte o mudarse a vivir a otra ciudad durante una temporada, se echa por delante, y nunca aborta su plan porque otra gente le advierte sobre los peligros, porque sabe que tomar riesgos forma parte de la vida. Si alguna de esas aventuras no le ha salido bien, no se arrepiente de la decisión porque sabe que equivocarse forma parte de la vida.

Cuando visita a un país exótico, se mete de lleno en la cultura local, adaptando a las costumbres sin quejarse de que las cosas no son tan cómodas o familiares como en casa. Toma las precauciones necesarias al explorar lugares remotos, pero nunca anda con miedo.