En el lenguaje cotidiano, muchas veces oímos a gente halagar a algunos por ser “cultos” o descalificar a otros por “ignorantes”. Para la mayoría, esas dos palabras son adjetivos que miden a una persona por la cantidad de conocimiento que posee.
Sin embargo, aquí entramos un terreno ambiguo, porque la mayoría de las personas nos informamos solamente de los temas que más nos interesan, ignorando a otros. Por ejemplo, un aficionado a coches puede saber de memoria las marcas y características de todos los automóviles, pero poco de la historia de Europa; un experto en la economía puede explicar todos los terminologías más técnicas del mundo financiero, pero no se entera nada de los deportes; un fanático de la literatura puede haber leído todas las obras clásicas de todos los países, pero no controla nada de música ni cine. Así que, en general, todos somos muy informados en ciertos temas pero muy ignorantes en otros.
Yo, personalmente, calificaría a una persona de “ignorante” o “culta” no por el conocimiento que posee, sino por la actitud que tiene. Para mí, una persona “ignorante” es alguien que no tiene la mínima inquietud de saber algo más que lo que se ve en la superficie, y una persona “culta” es alguien que mantiene una curiosidad constante de informarse sobre las causas de todos los fenómenos que le rodean.
Por ejemplo, alguien que no sabe nada de historia no le hace ignorante, pero alguien que dice que «¿para qué voy a saber historia si son cosas que han sucedido en el pasado?» sí que lo es.
Imaginamos una hipotética situación de que en un determinado barrio en una ciudad, se ha visto un aumento radical de vendedores ambulantes.
La reacción de un típico “vecino ignorante” es sentirse molesto por la presencia de estos vendedores, que suelen tener un aspecto más rudo, maneras más brutas y comportamientos que levantan sospecha. Él nunca se pregunta, ni le interesa saber de dónde vienen ni por qué han acabado buscando la vida de esa manera, solo quieren que se vayan, y la única solución que propone es pedir a la policía una mano más dura para echar a esta «gentuza» de sus calles.
Un “vecino culto” también puede sentirse molesto con la presencia de los vendedores, pero haría más preguntas sobre el origen de ese fenómeno; primero, ¿de dónde vienen? Si la respuesta es del campo, se preguntaría: ¿por qué hay tantos campesinos que han llegado a la ciudad de repente? si es la respuesta es que muchos agricultores se han arruinado, se preguntaría a su vez sobre las causas… Y para resolver la situación, propondría una solución que trate el problema más cerca de las raíces.
Un comportamiento muy típico de personas “ignorantes” es que forman fácilmente prejuicios basados en observaciones muy superficiales.
Por ejemplo, en España se ven muchos extranjeros que vienen de turismo de países como Alemania, Reino Unido, EEUU y Suecia, que suelen ir bien-vestidos, educados, que llenan a los bares y restaurantes caros; por otro lado, vienen otros extranjeros de África, América Latina y Europa del Éste que se buscan la vida como camareros, peones y sirvientes, que suelen vivir en los barrios más humildes.
Una persona ignorante formaría una opinión enseguida de que la gente de los países del norte es más superior que la gente de los del sur por la ley de la naturaleza, y que cualquier cosa procedente de esas tierras, sea gente, productos, películas, comida o música, es más deseable que las de los países más pobres. En casos más extremos, puede desarrollar un complejo de inferioridad hacia ciertas nacionalidades mientras menospreciaba a otras.
En cambio, una persona culta preguntaría el porqué algunas nacionalidades tienen dinero de sobra para gastarlo en España, y otras tienen que venir a España para ganar más dinero. De ahí se enteraría del nivel de desigualdad entre los países del mundo, y al averiguar la causa de esta desigualdad, se informaría de temas todavía más complejos como la economía de la globalización.
La inquietud de informarse más allá de lo que se ve en el superficie depende mucho de la personalidad de cada uno, pero la educación también influye. Si desde pequeño, a cada niño le fomenta el espíritu crítico de cuestionar las causas y efectos de todo lo que se ve a su alrededor, la capacidad de cuestionar y razonar le saldría más natural en la vida adulta.
Sin embargo, desde el punto de vista de los gobernantes, tener un pueblo demasiado “culto” no le conviene, porque sería una población no tan fácil de manipular y engañar con soluciones simplistas y populistas.