Mi impresión de Uzbekistán: parte I – las ciudades

6 Sep

De finales de agosto a principios de Septiembre, hemos realizado un viaje a Uzbekistán.

Es un país poco conocido en el occidente, situado en Asia Central, rodeado de otros países cuyo nombre termina como -stan: Afganistán, Tayikistán, Kirguistán, Kazajistán y Turkmenistán. En la actualidad, es el único país de la región que ha desarrollado el turismo, gracias a la herencia de las ciudades que ocupaban puntos estratégicos en la Ruta de la Seda. Hemos entrado en el aeropuerto de la Capital Tashkent, y de ahí hemos viajado en tren a visitar otras 3 de las ciudades más emblemáticas: Samarcanda, Bujara y Jiva.

Tashkent – la capital

De primeras, Tashkent me decepcionó un poco, porque dado que esta ciudad fue fundada en el siglo III a.c., esperaba ver un caso antiguo lleno de callejuelas y monumentos centenarios. Sin embargo, lo que veía eran avenidas anchas de 4 carriles en cada dirección, dividiendo manzanas de edificios cuadrados del siglo XX, muchos de ellos parecen ministerios u organismos estatales.

Resulta que la ciudad ha sufrido varias transformaciones. La primera destrucción total de la ciudad sucedió en el siglo XIII con la conquista mongol, pero posteriormente fue reconstruida por las dinastías descendientes de Gengis Khan tras convertirse al Islam. A principios de siglo XIX fue la ciudad más rica de Asia Central, con un foso que rodeaba la ciudad y una muralla de 12 puertas. Cuando el imperio ruso lo conquistó en el año 1865, construyeron la parte nueva de la ciudad con el diseño urbanístico ruso de avenidas anchas y manzanas cuadradas. En 1966 un terremoto destruyó todo el casco antiguo, y las autoridades soviéticas lo reconstruyeron obedeciendo el plano urbanístico de la parte rusa, ignorando el plano callejero original.

A día de hoy, es una ciudad diseñada principalmente para coches más que para peatones. Sin embargo, hay muchos parques y plazas que dan sentido de amplitud, pero todo con un diseño algo brutalista, estéril, que le falta un toque humano.

Étnicamente, la gran mayoría de la población de la ciudad es uzbeka, en la que un porcentaje significativo trabaja para el sector público. Durante la época soviética, los rusos formaban un porcentaje importante. A día de hoy, son una minoría menor de 15%.

Esta foto abajo es de mí posando delante del monumento de la reconstrucción de la ciudad tras el terremoto.

La reconstrucción de la ciudad también incluyó un ambicioso sistema de metro. A día de hoy, millones de ciudadanos lo cogen al diario para desplazarse por la ciudad. Es una de las redes de transportes más eficientes de todos los países de la antigua URSS.

Mi parte favorita de la ciudad es sin duda el mercado. Se sitúa dentro de una estructura de brutalismo soviético, y se divide en secciones donde venden especies, fruta, verduras, carne, pan, arroz, perfumes y muebles, con una actividad bulliciosa.

Otra cosa que me ha impresionado de Tashkent es la escasez de calles comerciales por el centro urbano, donde casi todos los edificios son oficinas del gobierno, hoteles o museos. La mayoría de las tiendas están situadas en kioskos o en centros comerciales. Pero calles como la Gran Vía de Madrid o Oxford Street en Londres no existen. Uno de los centros de entretenimiento es una calle peatonal que los lugareños llaman «Broadway», que en realidad, son un par de manzanas de kioskos.

Samarcanda – la ciudad de Tamerlane

A dos horas de viaje en tren de alta velocidad desde Tashkent, está Samarcanda.

Distinto a Samarcanda, en la ciudad aún se conservan varios monumentos históricos, y un casco antiguo de callejuelas estrechas, tanto como los barrios nuevos levantados por la colonización rusa del siglo XIX. Entre los monumentos históricos, destacan el registán, el mausoleo de Amir Timur (Tamerlane), el Necrópolis Shah-i-Zinda, y la Mezquita de Bibi Khanum, la mayoría se construyeron entre el siglo XIV y XVII.

Históricamente, el personaje Amir Timur (Tamerlane en otras culturas) era considerado un héroe de la ciudad. Aunque no había nacido en Samarcanda, la utilizó como la base para construir un extenso imperio que extendía desde Asia Menor y el Oriente Medio hasta el norte de India durante el siglo XIV. Tuvo 18 mujeres, y Bibi Khanum, en cuyo nombre se levantó la famosa mezquita, era su favorita.

En comparación con Tashkent, Samarcanda está mucho más orientado para el turismo, donde entre la mezquita de Bibi Khanum y el Registán, se ha peatonalizado una calle, donde están ubicados numerosos hoteles, tiendas de souvenirs y restaurantes. Pero justo detrás de la calle peatonalizada, se encuentran las callejuelas del casco antiguo donde residen los vecinos de toda la vida residen en casas bajas. Por la noche no se encuentra bien iluminados. Y a algunos vecinos les molesta la presencia de turistas. La primera noche que adentramos en una callejuela, un señor nos dijo «tupig», «tupig» de mala gana. No entendíamos lo que quería decir, pero suponíamos que significa «vete de aquí».

Al lado de la mezquita de Bibi Khanum también se encuentra el mercado más grande de la ciudad, donde se venden todos tipos de productos, divididos en secciones, frecuentado tanto por residentes locales como por turistas.

Como en Tashkent, los barrios más modernos de la ciudad tienen un trazado rectilínea, divididos entre avenidas anchas de varios carriles, donde abundan parques y edificios cuadrados. Durante el siglo XX, la ciudad tenía una población cosmopolita de rusos, ucranianos, polacos, coreanos, que convivían con los tayikos y uzbekos autóctonos. Después de la disolución de la URSS, la mayoría de las minorías nacionales se habían marchado, y 70% de la población de la ciudad es de etnia tayika y el resto uzbekos. Sin embargo, una pequeña minoría de rusos aún permanecen en la ciudad, y tuvimos la suerte de irrumpir en su misa de domingo en una iglesia ortodoxa del antiguo barrio ruso.

A día de hoy, el antiguo barrio ruso es un barrio acomodado donde residen uzbekos y tayikos de clase media alta y de costumbres occidentalizadas. Se ven comercios de ropa de marca, tiendas de licores, chicas en vaqueros ajustados y hombres con barbas de hipster. Hasta hay cafeterías con wifi donde teletrabajan autónomos, igual que en Starbucks. Comimos en el Restaurante Samarcanda, uno de los que tienen mayor renombre, y de gastronomía rusa.

Bujara – la ciudad de los estanques y las madrasas

A una hora y media de viaje de tren de Samarcanda, está Bujara, una de las estaciones más importantes en la antigua ruta de la seda. Antes de la conquista rusa, era capital de un poderoso reino del Emirato de Bujara. Tras la anexión de Rusia, el emir seguía gobernando sobre sus sujetos con la misma autoridad, excepto que tenía que reconocer el poder del emperador ruso como encima del suyo.

El mayor cambio en la vida de los habitantes sucedió tras la revolución rusa, cuando los bolcheviques destruyeron 2/3 del casco antiguo, a decenas de mezquitas y madrasas y más de la mitad de la ciudadela del emir. Pero a día de hoy, el ayuntamiento ha realizado una gran inversión en conservar los monumentos históricos que quedan, y peatonalizar todo el casco antiguo.

Entre los monumentos históricos más antiguos, está un canal del siglo XII que sigue en uso. Antes de 1920, en la ciudad había más de cien estanques, ahora solo quedan 5.

La mayoría de los monumentos son posteriores del siglo XVII, cuando la ruta de la seda ya estaba en decadencia, sustituida por las rutas marítimas. Sin embargo, la ciudad reinventó su economía en el negocio de la educación, fundando cientos de escuelas religiosas conocidas como madrasas, desde el nivel de educación primaria hasta la universidad. Ahí estudiaban hijos de familias importantes de todo el mundo islámico. Una de las madrasas siguen funcionando como escuela en la actualidad.

Como en Samarcanda, la gran mayoría de la población de la Bujara es de etnia tayika, con una minoría uzbeka. También conviven chiítas y suníes. Pero históricamente, una de las poblaciones más famosas de la ciudad eran los judíos, cuya presencia cuenta desde el siglo XII. Sin embargo, no fue hasta el siglo XVII que construyeron la primera sinagoga. Anteriormente, los judíos rezaban en una de las mezquitas, que afortunadamente sigue en pie.

Antes de la caída de la URSS, en la ciudad vivían 20,000 judíos. Desde entonces, la gran mayoría han emigrado, sobre todo al distrito de Queens de la ciudad de Nueva York, donde los judíos de Bujara y sus descendientes han fundado una comunidad de 50,000 individuos. A día de hoy, la comunidad judía en Bujara solo cuenta con 200 personas, una sinagoga, y un colegio, situados en la antigua judería. Visitamos a ambas instituciones.

Por la noche, las calles de la ciudad están bastante animadas, tanto por autóctonos como por turistas. Aquí incluyo unas fotos, y una de mí posando delante de la excavación de un balneario del siglo XVII.

Jiva – la ciudad amurallada

De Bujara a Jiva cogimos un tren soviético que tardó 6 horas en llegar. La mayor parte de la travesía era un paisaje desierto hostil y monótono que da la impresión de que si te abandonan ahí, en pocas horas te mueres. Pero a una hora de Jiva, el paisaje empezó a volverse más verde, gracias a varios ríos que atravesaban el territorio.

Jiva no es una ciudad grande, pero es la que tiene el casco antiguo mejor conservado, que está rodeado por 2 círculos de murallas. La muralla interior fue construida en el siglo X, y protege una área de 37,5 hectáreas. La muralla exterior fue construido en el siglo XIX para defenderse contra la invasión rusa, que a día de hoy poca se queda.

Dentro de la ciudad vieja hay unos 50 monumentos históricos, la mayoría construidos durante los siglos XVIII y XIX como mezquitas y madrasas. Desde la época soviética, el gobierno regional ya tuvo la intención de convertirlo en un museo y complejo turístico. En 1920, había 80,000 personas viviendo ahí. Ahora solo quedan 2000.

Aquí incluyo algunas fotos.

Entre todas las ciudades que hemos visitado en este viaje, Jiva ha sido sin duda la más pintoresca, y con diferencia, pero desde mi punto de vista, Bujara y Samarcanda me han parecido mucho más interesantes, porque dentro del casco antiguo aún residen muchos vecinos de toda la vida, y hay comercios orientados tanto una clientela local como a turistas. Sin embargo, Jiva ya es más un parque temático de turismo que una ciudad viva.

Una respuesta to “Mi impresión de Uzbekistán: parte I – las ciudades”

  1. Pepe Reca septiembre 7, 2022 a 2:01 pm #

    Gracias por tus artículos. Sería interesante que algún día pudieras hablar sobre las enormes diferencias culturales entre el pueblo inglés y las clases altas inglesas. Gracias.

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