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La caída del imperio romano y la decadencia del occidente

14 Oct

Muchas personas de países occidentales, normalmente de ideología conservadora, tienen una obsesión de comparar la supuesta «decadencia» de la civilización occidental con la caída del imperio romano. La típica narrativa es que los romanos conquistaron el mundo y construyeron una civilización de gran esplendor, pero luego se acomodaron en su riqueza. La natalidad descendió y los soldados ya no tenían ganas de luchar. Los bárbaros, aprovechando esta debilidad y complacencia, invadieron las fronteras y acabaron con el imperio.

La analogía con el occidente contemporáneo es que durante siglos pasados también habíamos conquistado todo el mundo. Pero a día de hoy las nuevas generaciones están cada vez más acomodadas, más consumistas, menos sacrificados y tienen menos hijos. Mientras tanto, los «bárbaros», en nuestro caso se pueden referir a musulmanes, africanos, chinos o indios, están esperando a las puertas para invadirnos, robar nuestra riqueza y acabar con nuestro estilo de vida a través de la guerra cultural o la inmigración masiva.

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¿Los bárbaros contemporáneos?

Según hechos históricos, esta narrativa, y su comparación con la situación contemporánea, no puede estar más equivocada. En este artículo quiero destacar los puntos más obvios. Primero, voy a contar un resumen de la larga historia de la decadencia del imperio romano.

El estado romano se fundó en el año 753 a.c. como una ciudad gobernado por reyes. A partir del 509 a.c. se convirtió en una república. Durante los próximos 5 siglos, se expandió a través de guerras y tratados para incorporar ciudades y colonias extranjeras en su territorio, primero absorbiendo toda Italia, luego el resto del Mediterráneo. Pero la expansión territorial desencadenó profundos altercados sociales, económicos y políticos que finalmente causaron el colapso del orden republicano, sustituyéndolo por el orden imperial en 27 a.c. cuando Octavio se proclamó el primer emperador .

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Expansión y colapso del imperio romano

El imperio llegó a su apogeo durante el reinado de los «cinco buenos emperadores», Nerva, Trajano, Hadriano, Antonio Pio y Marco Aurelio, entre 80 d.c. y 180 d.c.. El territorio alcanzó la máxima extensión y la población llegó a 60-80 millones, dividida entre ciudadanos romanos (los que disfrutaban de derechos civiles y judiciales), peregrini (población nativa de las provincias y colonias) y esclavos (la mayoría prisioneros de guerra, criminales condenados y sus descendientes). Existía cierta movilidad social en que un esclavo podía comprar su libertad, un peregrino podía adquirir la ciudadanía a través de servicio militar o durante amnistías generales. La sociedad se organizaba por un sistema de clientela, en que cada familia rica tenía varios clientes que les hacían recados a cambio de dinero y favores. Esos clientes a su vez tenían sus clientes, y así y así hasta llegar a los estratos más pobres.

Los emperadores, a pesar de padecer poder absoluto, se vieron obligados a hacer caso a las decisiones del senado, la simpatía de la plebe y el respeto de los soldados, porque la estabilidad del poder imperial dependía a gran medida en el apoyo popular. El ejército estaba formado por 400.000 soldados profesionales de diversas procedencias étnicas, la mitad eran ciudadanos romanos que recibían una pensión al licenciarse, la otra mitad eran peregrini que recibían la ciudadanía romana.

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Mosaico romano durante el apogeo

Si hubiera un punto en que el imperio empezó su decadencia, sería a partir de 170 d.c., cuando el ejército, regresando de una victoriosa campaña en Persia, trajo un botín inesperado: la viruela. La epidemia se extendió por todo el imperio, diezmando a la población. Pero el peor legado de la peste quizás no fue solo  las personas que mató, sino la recesión económica, las revueltas populares e la inestabilidad política que provocó. Los emperadores que sucedieron a Marco Aurelio adoptaron un estilo de gobierno cada vez más autoritario. Ya no hacían caso al senado ni a la plebe. Lo único que aseguraban era que los soldados cobrasen su paga para seguir obedeciendo sus órdenes para reprimir cualquier rebelión.

En 235 d.c., el imperio descendió en un estado de caos conocido como «la crisis del siglo III». La viruela tuvo varios rebrotes y cobró de nuevo millones de vidas. Los soldados amotinaron cada dos por tres, proclamando los instigadores como caudillos, y los caudillos lucharon entre sí para el puesto del trono. Los bárbaros aprovecharon el vacío en la defensa y los campos despoblados para invadir el corazón del imperio, a veces luchando contra los ejércitos de los caudillos, a veces uniéndose con ellos. Tal anarquía duró 50 años, hasta que uno de los caudillos, Diocleciano, logró derrotar a todos sus enemigos, restaurar las fronteras, y unificar de nuevo el imperio en 284 d.c..

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El emperador Séptimo Severo del siglo III era uno de los muchos militares golpistas

Tras la reunificación, el imperio volvió a vivir otro siglo de paz y prosperidad, pero la crisis del siglo III provocó algunos cambios sociales irreversibles. Para salvarse de la peste y las guerras, muchos romanos huyeron de las ciudades para instalarse en el campo, poniéndose bajo la protección de algún poderoso terrateniente. El viejo sistema de clientela y la distinción entre ciudadano, peregrino y esclavo se desintegró, sustituido por un feudalismo entre señores y siervos. Para facilitar la administración, Diocleciano dividió el imperio en 2 mitades: Occidente y Oriente. Cuando el emperador Constantino se convirtió al cristianismo y trasladó la capital del imperio a Constantinopla en 330 d.c., el Occidente se quedó relegado al segundo plano, mientras el Oriente prosperó.

Después de varios brotes de viruela, la población del imperio se quedó reducido a entre la mitad y 2/3 de lo que era durante el auge. Pero para hacer frente a una amenaza bárbara cada vez más seria, el ejército necesitaba más efectivos. Tras la hiperinflación durante la crisis, los sueldos militares ya no resultaban atractivos y los poderosos terratenientes retenían a los sujetos más fuertes como miembros de su milicia privada. Pero la falta de aspirantes romanos fue compensada por otra fuente de voluntarios: los bárbaros fuera de la frontera.

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Soldados romanos del siglo IV

El alistamiento de extranjeros en el ejército romano se remontaba a la época republicana, pero en el año 357 d.c., la mayoría de los soldados ya eran de origen germánico, ya que la antigua dieta militar de legumbres, aceite y vino fue sustituida por carne, mantequilla y cerveza. Cuando el emperador Julián fue proclamado cesar por sus tropas, le levantaron encima en un escudo: una tradición germánica. Pero esos soldados de origen extranjero se demostraban tan leales, tan patriotas y tan capaces de defender las fronteras como sus predecesores, al menos hasta el año 378 d.c., cuando el ejército imperial sufrió una derrota aplastante a mano de los godos en Adrianapolis.

A partir de siglo IV, la migración de pueblos asiáticos hacia Europa empujó una cadena de grandes desplazamientos del norte al sur, éste al oeste. Tras la derrota en Adrianapolis: el imperio occidental adoptó una nueva estrategia para defender sus fronteras, llegar a acuerdos con tribus bárbaras para que esos últimos sirvieran como «porteros» contra las invasiones del más allá. Dentro de las fronteras, el mantenimiento de orden se delegó a las milicias de los poderosos terratenientes, que se convirtieron en señores de la guerra. Poco a poco, el poder del emperador se quedó reducido a solo en nombre, hasta un día en 476 d.c., los señores de la guerra decidieron que ya no les hacía falta y deshicieron de él, poniendo el fin al imperio romano occidental.

Sin embargo, el imperio oriental se mantuvo intacto y sobrevivió mil años más hasta la caída de Constantinopla en 1453 d.c.. Fue una de las civilizaciones más prósperas durante la edad media.

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La edad de grandes migraciones

Analizando el contexto histórico, la situación de la civilización occidental contemporánea no tiene nada que ver con el imperio romano. Primero, se tratan de sistemas políticos, sociales y económicos totalmente distintos. Si la decadencia de Roma fue provocada por la inestabilidad política, golpes militares y invasiones de bárbaros, la época de la historia europea más semejante a esas situaciones sería la primera mitad de siglo XX, no ahora. Hablando de la influencia política y cultural, creo que no solo no estamos en capa caída, sino en proceso de expansión, porque cada vez más países por todo el mundo están adoptando nuestra forma de vivir, consumir, vestirse y pensar. Valores como el individualismo, el liberalismo, el método científico, la igualdad de géneros y la libertad sexual se están instalándose en muchas partes del mundo donde nunca habían existido. Es cierto que países como China e India tienen un peso político y económico mucho más importante que hace 50 años. Pero un chino e indio de ahora viven y piensan de una forma mucho más parecido a un occidental que hace 50 años.

Si un día llegase el colapso de la civilización occidental, en mi opinión, sería por causas ecológicas como el cambio climático, la extinción masiva, la contaminación y el agotamiento de recursos que provocarán grandes desastres naturales y altercados sociales. Pero en este caso, no será solo la civilización occidental que se colapsa, sino la civilización mundial.