Las tácticas de guerras premodernas, y el legado de la pólvora.

27 Ene

Durante muchas guerras del siglo XX, las vidas humanas se desgataban como el papel higiénico. Los mandos militares mandaron a soldados fila tras fila para atacar a las trincheras enemigas, lanzándose al fuego de las metralletas y cayendo como moscas en misiones suicidas. Algunos ejércitos, como los soviéticos durante la batalla de Estalingrado o los comunistas durante la guerra civil china de 1949, emplearon a posta la táctica de desgaste: enviar el mayor número de soldados posibles para agotar la munición de los enemigos. La mayoría acabaron como sacrificios en el campo de batalla, coloquialmente referidos como “carne de cañón”.

Muertos alemanes en Estalingrado

Muertos alemanes en Estalingrado

Aquellos conflictos han proyectado una imagen tan horrorosa en la conciencia colectiva que mucha gente llega a pensar que las tácticas de guerra siempre han sido tan despiadada desde la historia más antigua, y que en cualquier conflicto armado, los primeros soldados que se lanzaban al enemigo eran siempre los menos preparados, más prescindibles, peor valorados, cuyo único propósito era servir como sacrificio.

En realidad, esta táctica de “desgaste” y la filosofía de “carne de cañón” era un invento relativamente reciente, en la época industrial cuando las armas de fuego ya habían sustituido 100% a las armas blancas. Antes, cuando luchaban con lanzas y espadas, arco y flecha, o arcabuces y cañones de corto alcance y baja precisión, la filosofía era bien distinta. Los soldados que luchaban en primera línea, en vez de ser los peor preparados y más prescindibles, solían ser la élite del cuerpo u oficiales jóvenes con ganas de demostrarse en el campo de batalla.

Los tercios españoles

Los tercios españoles

Antes de la pólvora

En las películas de Hollywood, las batallas pre-modernas suelen ser retratadas como una masa desordenada de combates individuales, cada uno terminando en la muerte de uno de los participantes, con los dos ejércitos penetrándose unos a otros sin ninguna unidad o formación. Pero según manuales militares y descripciones contemporáneas, las guerras con espadas, lanzas y flechas era un asunto muy organizado, donde mantener la cohesión de unidades era un factor clave en el desenlace de la batalla.

En ejércitos más organizados como los griegos, romanos, persas y chinos, la formación se desplegaba en cuadros y filas para facilitar el relevo de tropas. Entre tribus más primitivas como los celtas, germanos, vikingos y hunos, los guerreros formaban “nubes”, pero cada soldado siempre luchaba como parte de una unidad, protegido por la izquierda, derecha y espalda por sus compañeros. Era importante esta sensación de seguridad, porque una vez perdida, cada hombre se encontraría solo frente al caos y la reacción más común era huir.

Muchos conflictos armados empezaron con un intercambio de misiles, con los arqueros lanzando flechas y las tropas ligeras tirando venablos hacia las filas enemigas. Si ningún bando se diera a la fuga, los dos ejércitos se acercarían para una lucha cuerpo-a-cuerpo. En este momento, se cerrarían las filas y los guerreros más valientes y adiestrados se pondrían delante. Sugería un intenso choque de espadas y lanzas que no solía durar más de 90 segundos, porque el peso de la armadura y el estrés psicológico agotarían a los combatientes de ambos lados. Los dos ejércitos volverían a retrocederse unos pocos pasos a una distancia segura para tomar aliento, hacer relevos, curar a los heridos y prepararse para el siguiente asalto.

Muchas batallas empezaron con un intercambio de misiles

Muchas batallas empezaron con un intercambio de misiles

El factor psicológico

La experiencia de combate cuerpo-a-cuerpo debía de ser altamente estresante y aterradora. La mayoría de las batallas se perdían cuando la formación de un ejército se desintegraba y todo se degeneraba en una huida desbandada. Era entonces cuando sucedía la mayor parte de la matanza, porque con tu espalda al enemigo, no podías hacer nada para defenderte. La tasa de baja entre vencedores y perdedores solía ser muy destacada, a veces con los primeros perdiendo muy pocos hombres y los segundos perdiendo más de la mitad de sus efectivos.

Las fugas solían empezar con los hombres en las últimas filas, los que estaban más lejos del peligro, que cuando vieron a sus compañeros caer como moscas, perdieron sus nervios y abandonaron las filas. Los que estaban colocados delante de ellos, al darse cuenta de que ya no había nadie protegiéndoles las espaldas, también se unirían a la huida, hasta que toda la formación se deshiciese.

Huyendo del campo de batalla

Huyendo del campo de batalla

Muchos estrategas militares comentaron que la sensación de pánico era tan contagiosa en el campo de batalla que una vez que empezase la fuga, no habría nada que podía detenerlo, y por eso, aconsejaron colocar a los luchadores más fuertes y valientes en primera fila y los veteranos más tranquilos en las últimas, porque eran los menos susceptibles al pánico y fuga.

Por supuesto, colocar a la tropa de menos calidad en la primera línea, como hacían las tácticas del siglo XX, no supondría ninguna ventaja. Las espadas y lanzas del enemigo no se desgataban por matar a unos hombres más, y el moral del todo el ejército se desmoronaría cuando muchos soldados caían durante el primero choque, que en el peor de los casos, podría provocar una fuga masiva.

Formación militar bizantina del siglo X

Formación militar bizantina del siglo X

El efecto de las armas industriales

Los grandes avances en las armas de fuego durante el siglo XIX provocaron varios cambios en las estrategias militares, una de las más importantes era la degradación del estatus del soldado.

Durante siglos anteriores, luchar con espada y lanza era una habilidad no tan fácilmente adquirida, y para manejarlo con soltura necesitaba años de instrucción y entrenamiento. Salvo en pueblos guerreros como los vikingos, mongoles o cosacos, los soldados capaces de luchar cuerpo-a-cuerpo era un recurso valioso que no se podía prescindir a la ligera.

Luchar con arma blanca necesitaba años de instrucción y entrenamiento

Luchar con arma blanca necesitaba años de instrucción y entrenamiento

A finales del siglo XIX, con los avances en las armas de fuego, la única habilidad necesaria para ser soldado era apretar el gatillo de un rifle. Cualquier hombre, mujer, anciano o niño, al recibir tres semanas de instrucción, ya podía acudir al campo de batalla. El soldado se convirtió en un recurso abundante y prescindible, igual que los obreros de la fábrica. Si hoy perdiera 10.000 efectivos, mañana podría llamar a filas otros 10.000.

Por otro lado, un único hombre armado con un arma potente ya era capaz de matar a miles con un apretón de gatillo. Distinta a la situación en los siglos anteriores, los mandos militares podían detener a la fuga bastaba con colocar a un soldado en la última línea armada con una metralleta, para pegar un tiro a todos los que se daban la vuelta. La supervivencia de un soldado ya dependía cada vez menos de su oficio, sino de la suerte aleatoria de que una bala o bomba enemiga no le diese, que dependía mucho más de la decisión estratégica de su mando que de su propia destreza con el arma.

Fue en el siglo XIX cuando surgió el reclutamiento masivo y con ello, las tácticas de «desgaste humana», que tanto se ha quedado impreso en la conciencia humana.

Las trincheras de la Primera Guerra Mundial

Las trincheras de la Primera Guerra Mundial

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